Imaginemos a una persona. Nos ayudará pensarla ya mayor, para que nos resulte más fácil pensarla triste, solitaria, sentada en un banco en un paseo marítimo de cualquier pueblo o ciudad de la costa. Está justo en aquel momento del día en que el sol se junta con el horizonte, escondiéndose detrás del mar.
Pensemos ahora en cuáles colores verán los ojos de esta persona, o mejor, qué sensación de colores iluminarán su iris y su espíritu; amarillo, rojo, blanco, o los tres juntos, en un solo color muy luminoso, invisible y deslumbrante. Una mezcla de sensaciones como un orgasmo de sabores en la propia boca cuando comemos algo gustoso y exótico. Y lo mismo le pasa a esta persona mirando el atardecer y este sol luminoso que antes de apagarse se casa con el mar y da lugar a esta sensación. Puede parecer que esta sensación pueda ser jovial, enérgica y positiva, pero si volvemos a pensar en qué estatus estaba nuestro protagonista inicialmente, recordamos su solitaria tristeza.
También acabamos de mencionar que este sol desaparece, se esconde detrás del mar. Así que tenemos la tristeza del protagonista y el mar como elementos mayoritarios de este paisaje, y una serie infinita de colores que muy pronto desaparecerán por completo para dejar espacio solamente al azul. Simplemente azul, o azul marino, o azul cielo, o un azul de lapislázulis provenientes de Afganistán.
Este azul irrumpe por completo alrededor de nuestro protagonista, presente en todas sus formas, gradaciones y posibilidades. Un escenario perfecto para mirar a un sujeto triste. Así que será el azul el color predominante, el color que sentirá el sujeto y el color que de paso sentiremos nosotros, aunque este color no exista.
Que el azul no existe. No es color. No existe como color y por esto no podemos verlo, sino solamente sentirlo. Como sentimos el Klein Blue.
Pongamos por ejemplo el color azul marino, el azul del mar, proveniente de los lapislázulis de Afganistán en el pasado, que la mayoría de las veces era un color tan raro y precioso que solamente se podía ver en las pinturas que representaban velos de alguna virgen o en los ojos de algún santo. Un color precioso que solo era utilizado por algo sagrado, para darle más importancia que a algo pintado de oro. Este azul marino es tan evanescente que en inglés simplemente está traducido por ultramarine, sin poner la palabra azul, para enfatizar que el azul es una sensación y no un color. El simple término ultramarine, permite imaginar este color azul, sentirlo. En los escritos de los antiguos griegos el mar era violento, calmo, reflexivo pero nunca azul.
Si lo pensamos bien, el azul del mar, o el azul del cielo, no son colores. El azul del mar creado por el efecto de la profundidad marina, del agua, esencialmente transparente, da esta sensación de profundidad, de obscuro cuando el mar es alto, o cristalino, cuando podemos mirar nuestros pies caminando dentro. Pero este azul siempre es más una sensación que un color definido como puede ser el verde de la hierba, el marrón de un árbol o el rojo de una adormidera. Este azul del mar es una sensación de profundidad, de obscurecimiento, de remoto, de nocturno, y también de tristeza. Es parte del ocaso, de lo tenebroso, es a la vez romántico y solitario. Profundo porque decimos frases como “Siento en el más profundo de mi corazón que te quiero”. Como si tuviéramos algo profundo en nosotros donde encontrar estos sentimientos propios, como se encuentran tesoros bajo el mar. Propio porque no se trata de un color definido, claro, de muy fácil comprensión, sino todo lo contrario, una continua gradación de múltiples colores y factores.
Pero naturalmente lo que esta persona mayor, sentada en este banco, percibe es el azul, una vasta gama de azules, que determina este azul, esta tristeza en sus ojos. Azul del mar que se mezcla con el azul del cielo, o mejor, que continúa. Este azul del cielo que, por supuesto, es creado esta vez no por el agua sino por el aire, por la atmósfera. La distancia entre el sujeto y el infinito está calculada por este azul. Este azul que nos rodea y que lo sentimos dependiendo siempre de cuánto cielo nos ahoga en este momento continuo que llamamos vida. Es por este motivo que sentimos el azul, aunque no exista. Y por esto sentimos la tristeza, aunque no exista. Y por esto, sentimos amor, odio, nostalgia o melancolía, aunque estas emociones no existan tal como no existe el azul.
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